Cuando Nayra tenía apenas un año, entró en el cuarto de su abuelo y encontró unas viejas fotografías que él guardaba como oro en paño, en el cajón de su mesita de noche. Inconsciente del valor sentimental que tenían aquellas imágenes en papel, jugó con ellas y las mordisqueo, dejando algunas fotos bastante estropeadas.
A Nayrita no se le olvidará nunca el disgusto de su abuelo que, intentaba disimular diciendo que aquello era una ‘chiquillada’ sin importancia y que las fotos eran ‘muy viejas’. A ella, que asomaba la nariz por el espacio que dejaba la puerta entreabierta del cuarto de su abuelo, no le pasó desapercibida la lagrimita que escapaba de sus arrugaditos ojos cuando volvió a dejar en el cajón aquellas maltrechas fotos.
Unos años más tarde, Nayra descubrió las enormes posibilidades que guardaba la Tablet que se había comprado su padre y, muy decidida, le propuso darle una sorpresa a su abuelo: Escanearon las viejas fotografías y las repararon digitalmente, guardándolas en un archivo de la Tablet con copia de seguridad.
Un domingo por la mañana, cuando el abuelo de Nayra estaba tomado el sol en la plaza, se presentó delante de él con el artilugio tecnológico: “Abuelo, mira lo que he hecho para que me perdones por haber intentado comerme tus fotos cuando era pequeña”.
El abuelo de Nayra se echó a reír, preguntándose que traería su nieta escondido en aquel cacharro. Cuando vio las fotos y como Nayra las ampliaba con solo tocar la pantalla… ¡no se lo podía creer! Estaba tan contento que le salían chiribitas por los ojos.
Desde aquel domingo, abuelo y nieta han encontrado en las nuevas tecnologías un nuevo punto de encuentro. Han llegado a un acuerdo: El abuelo le presta el bastón a Nayra (con el que se pone a ensayar coreografías en medio de la plaza) y ella le pide a su padre la Tablet para que el abuelo se entretenga viendo fotos y enseñándoselas a sus amigos.
Ahora, cuando alguien suspira diciendo aquello de “¡Cómo han cambiado los tiempos!”, el abuelo de Nayra piensa que sí, que han cambiado, y tanto…para mejor.
María D. Pérez